Esta
semana conocimos la noticia del suicidio de una joven de 16 años que sufría
acoso escolar en un instituto de Madrid. Desgraciadamente, no es el primer caso
que termina con este desgraciado final. Es el momento en el que se trata de
buscar culpables. Sin embargo, lo importante es preguntarnos cómo se llega a
producir el acoso y qué podemos hacer tanto las familias, las instituciones
educativas, los medios de comunicación y la sociedad en general, para evitar
estos lamentables sucesos.
La
violencia se produce entre los alumnos, pero también entre alumnos y profesores
y éstos últimos también pueden sufrir ataques por parte de los padres tanto
física como psicológicamente.
¿Qué
pasa por la mente del acosador? En general, no padecen una patología mental
grave diagnosticada, pero sí una gran falta de empatía, llegando incluso a
“culpar” a sus víctimas del acoso al que la someten por “provocarles”. Es lo
que se ha denominado en psicología tener el
locus de control externo, es decir la atribución de la propia
responsabilidad a otras personas o causas. El típico ejemplo sería el del
alumno que no aprueba un examen y lo justifica diciendo que “el profesor le tiene manía” o porque “le han
preguntado un tema que no habían explicado” o que “no entraba en la prueba”… La
falta de empatía puede tener un correlato neurológico por presentar una
amígdala hiperactiva entre otras causas, pero no es definitivo. Veamos otros
factores.
Otra
cuestión que merece analizar es el hogar. Detrás de un alumno problemático
puede haber un padre autoritario, poco afectuoso que impone sus normas. Por
otro lado, esta generación de padres permisivos que complacen en todo a los
hijos les acaban convirtiendo en niños egoístas, autoritarios que creen merecerlo todo y necesitan obtener una
gratificación inmediata. Carecen de la cultura del esfuerzo y presentan una
baja tolerancia a la frustración. Los agresores tienen además una gran
facilidad para manipular tanto a los padres como a los maestros. Lo ideal es abogar
por una educación democrática en el que se enseñen con cariño las normas y
valores de convivencia en el respeto a todos sin dejar de fijar los límites.
En
el centro escolar, los profesores no suelen tener los conocimientos suficientes
para manejar con soltura situaciones conflictivas, por lo que necesitarían más
formación en este aspecto y contar con profesionales de apoyo especializados en
este tema. La palabra autoridad procede del latín augere que significa ayudar a crecer. Ésa es precisamente la tarea
que tienen por delante tanto los padres como los profesores.
Los
medios de comunicación también deberían poner su granito de arena, puesto que
los modelos que presentan como triunfadores no siempre corresponden a personas
que puedan ser consideradas buenos ejemplos para la sociedad.
Lo
principal es prevenir el conflicto, pero si llega a producirse es importante
trabajar con las familias, los centros escolares y prestar la atención
psicológica necesaria tanto a la víctima que puede sufrir depresión, soledad y
también al agresor para ayudarle a modificar su conducta. Es un trabajo
complicado, pero merece la pena intentarlo por el bien de todos.