Uno
de los genios más influyentes de la música universal ha sido Wolfgang Amadeus
Mozart que demostró su talento desde temprana edad. Por este motivo, a
principios de los años noventa del pasado siglo, prestó su nombre a una
observación realizada por Frances Rauscher y su equipo en la Universidad de
California. En su estudio utilizaron la Sonata
para dos pianos en Re mayor (Kv 448) de este compositor. A continuación se
pasaba un test de inteligencia y los resultados obtenidos eran superiores a los
del grupo control que no había escuchado la pieza. El entusiasmo de la
comunidad educativa norteamericana no tardó en llegar. Instalaron altavoces en
los colegios de Florida para que los alumnos escucharan a Mozart y regalaban un
Cd a los recién nacidos en Georgia. Una de las premisas del método experimental
es que los estudios deben ser replicados. Hubo algunos fracasos que abrieron otras vías de investigación. Esto permitió
descubrir que no sólo Mozart sino que la música de Schubert o Bach podían tener
el mismo efecto así como las canciones populares o una lectura de Stephen King.
En realidad todo dependía de las preferencias de los voluntarios.
Un
aspecto que había sido olvidado en los estudios es la diferencia entre la percepción
pasiva o la práctica activa de un instrumento. En una investigación llevada a
cabo por el psicólogo Glenn Schellenberg de la Universidad de Toronto con alumnos de primaria que recibían clases de
piano, canto o participaban en el grupo de teatro, mostró que tenían una
mejoría en el desarrollo intelectual. En cambio, los que tomaban parte en obras
teatrales mejoraban en sus relaciones sociales de forma significativa.